Historias de por acá

La historia olvidada del Indio Brizuela

Brizuela supo ser un porfiado artista de Mendoza, que equilibraba su falta de talento con un gran entusiasmo. Un día salió de gira a la Costa Atlántica. Algunos dicen que triunfó. Otros cuentan esta historia.

Una de las historias más absurdas que me contaron es la del Indio Brizuela. Me hablaron de él una tarde en un bar de la calle Necochea, en la ciudad de Mendoza. Creo que fue una siesta de otoño, un otoño fresco, porque recuerdo la bufanda estridente que tenía puesta mi interlocutor, un auxiliar del Poder Judicial que almorzaba siempre allí y con el que habíamos hecho amistad. ¿Te acordás del Indio Brizuela?, me preguntó, mientras yo hojeaba un diario. No, no lo recordaba. No tenía ni idea de quién era.

El Indio Brizuela era un morocho con la cara tallada a hachazos. No medía más de un metro sesenta, era un poco panzón, tenía el pelo negro y duro y ojos chiquitos y oscuros. Dicen que se llamaba Carlos, pero nadie está seguro de eso. “Si uno no recuerda el nombre de un tipo, es muy probable que se llame Carlos”, decía Serafín Santos, un veterano periodista de prolija pluma.

Brizuela había nacido por algún sitio de Lavalle y en la adolescencia se fue para Las Heras. Era un hombre gris, de poco talento y de ningún carisma, pero soñaba con ser un gran artista y viajar por el mundo. El problema era que no tenía talento, ni para la música ni para nada. Para colmo era apocado, tímido. Había trabajado de lavacopas y de peón de cocina en ese bar donde estábamos. Nunca pudo pasar de esa categoría.

Pero una de sus virtudes, quizá la única que tenía, era ser empecinado. Insistía en que algún día sería un artista famoso. Un día un amigo de Brizuela le ofreció venderle una guitarra a muy buen precio, debido a que tenía que pagar unas deudas de juego. El Indio Brizuela aceptó. Le dio la mitad de su sueldo, a cambio de la viola y de que le enseñara a tocar algo.

La guitarra era una maravillosa Antigua Casa Núñez de medio concierto. Todo sonaba bien en ella. El Indio aprendió con mucha dificultad algunos acordes y logró ejecutar los primeros cinco temas de su repertorio: tres cuecas y dos tonadas. Fueron los únicos que logró aprender en toda su vida. Con ese escaso pertrecho artístico empezó a ofrecer sus servicios de músico en bares y restaurantes. El primero en el que tocó fue el mismo bar donde trabajaba lavando platos. El dueño del lugar le había permitido que, al atardecer, abandonara durante media hora la bacha de la cocina y que se acomodara con su guitarra en un rincón del salón. El dueño no confiaba en que el numerito artístico tuviera algún éxito, pero Indio era un muchacho bueno y trabajador y le había agarrado cariño.

Sin embargo, ese trato no duró más de una semana. El Indio se entusiasmaba con los aplausos de compromiso de la clientela y, a falta de más temas en su repertorio, hacía un bis de los mismos cinco. Todas las noches su patrón debía ordenarle volver a la cocina, para alivio de la concurrencia.

Un día el Indio decidió dar el gran paso. Renunció a su trabajo de lavacopas para dedicarse a su carrera artística. Recorría con su guitarra las calles de Mendoza y sus alrededores, ofreciendo sus servicios a cambio de unas monedas. No le fue tan mal. Los gastronómicos preferían darle un plato de comida y pagarle algo con tal de que concluyera su acotado show lo antes posible. Tal vez haya sido eso lo que distorsionó su visión de la realidad. El Indio se jactaba de vivir exclusivamente de su arte y una noche de desvelo decidió salir de gira.

 

Era verano y con sus pocos ahorros se fue a la Costa Atlántica. La plata le alcanzó para llegar a Retiro y de allí optó por viajar a dedo. Una madrugada de fines de enero, cuando caminaba por la banquina en una ruta cercana a Mar del Tuyú con su guitarra al hombro, una camioneta lo atropelló. Murió en el acto.

Los policías no encontraron documentos entre las ropas del Indio Brizuela y no lo pudieron identificar. Llevaron el cuerpo a la morgue y dejaron sus pocas pertenencias en la comisaría, entre ellas la guitarra que milagrosamente había quedado intacta. Durante varias semanas trataron de saber de quién se trataba, pero luego hubo otras urgencias que requerían la atención policial y judicial y el cuerpo fue mandado al cementerio y pasó a ocupar un nicho que solo fue identificado como NN.

Pasó el tiempo, mucho tiempo. Los restos del Indio fueron desalojados del nicho y pasaron al osario. Fue en esa época que un auxiliar del juzgado que había intervenido en el caso, buscando algún elemento para un expediente en curso, encontró en la oficina de secuestros la guitarra del Indio. Como amante de la música, sabía de la calidad del instrumento y le pidió permiso al juez para llevársela a su casa, en calidad de guarda.

Cuando estaba limpiando y afinando la guitarra sintió que dentro de la caja de la guitarra había algo suelto. Logró meter la mano por la boca y sacó un sobre que había estado pegado con cinta a uno de los costados. Allí estaban los documentos de Carlos Brizuela, unos pocos billetes y una nota manuscrita que tenía una sola frase escrita: “Voy a ser famoso”.

El empleado judicial decidió tratar de ubicar a la familia del Indio. Después de 15 días de llamados infructuosos logró contactar a una prima del infortunado. La mujer le contó que el Indio era hijo único y que sus padres ya no vivían en Mendoza. Creía recordar que se habían ido a Salta, a Jujuy o quizás a Bolivia. La prima de Brizuela contó que se había hecho correr el rumor de que la ausencia del Indio se debía a que, en su gira por la costa atlántica, había conocido a un productor estadounidense que lo había llevado consigo a Miami. Que allí había tenido mucho éxito y que había decidido radicarse allá.

La mujer dijo que los padres de su primo ya eran viejos cuando se mudaron, que había perdido contacto con ellos y que posiblemente ya hubieran fallecido. Además, dijo que no quería la guitarra. Que el auxiliar judicial se la podía guardar. “Mi primo tocaba muy mal y, la verdad, esa guitarra no me trae buenos recuerdos”, dijo la mujer.

Mi amigo de la bufanda colorinche me contó esto una siesta de otoño. Dijo que había sido novio de la prima de Brizuela. Después, se puso a hablar de fútbol.